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El joven que liquidó su guerra en el Catatumbo
Lleva 3 años trabajando con la población más necesitada.
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Domingo, 26 de Febrero de 2017

El recuerdo infantil que más pesa le pesa a Jesús David Guerrero es el de la muerte de su padre. Milicianos de las Farc y el Eln lo asesinaron enfrente suyo cuando tenía 8 años y vivía junto a su familia en el caserío de Petrólea (Tibú). 

La guerrilla solía tomar la casa de Herrera como lugar de paso. Un día coincidieron miembros del Eln y las Farc en la vivienda y se enfrentaron. Las Farc señalaron al padre de Herrera de estar aliado con el otro grupo subversivo y lo fusilaron.

Ese suceso lo marcó de por vida. Y a esa tierna edad juró vengarse. Pasó de ser un niño cariñoso a un joven rebelde y grosero, por lo que su círculo de amigos del caserío se redujo.

Con 15 años se dejó seducir por la danza y la pintura, y empezó a reconciliarse de nuevo con la sociedad. Tres años después, cuando debía cumplir el servicio militar obligatorio, decidió enfilarse. La sed de venganza se volvió a encender.

Cuando terminó el servicio obligatorio decidió continuar en combate. En menos de cuatro meses tuvo que ver cómo la guerra se llevaba a dos de sus compañeros. Esta experiencia terminó de marcarlo y pidió la baja. Se  cansó de pelear con un enemigo sin rostro.

Tras su retiro se estableció en Cúcuta. No sabía qué rumbo tomar y los traumas de la guerra lo perseguían hasta en sus sueños.

“Sentía mucho peso encima. Tenía pesadillas, me caía de la cama soñando que estaba en combate”, dijo. “La guerra te deja traumado”. 

Pero fueron esos amigos de la infancia, los mismos que le enseñaron de arte y cultura en Tibú, quienes lo rescataron de su mundo de incertidumbres, y le propusieron unir esfuerzos para conformar una organización juvenil en la que los derechos humanos y las artes iban de la mano.

Guerrero no dudó en aceptar la propuesta. Era la forma perfecta de enterrar de una vez por todas el odio que la guerra le sembró desde muy temprano.

Volvió a Tibú y se unió a la Corporación Catatumbo,  una organización enfocada en el desarrollo social. Allí, en su terruño, pasó de ser el joven problemático de antaño a ser el ‘profe’, y culminó su bachillerato.

“Cuando empecé a hacer las cosas bien, me quité un peso de encima”, explicó.  “Al trabajar con mis chicos sentía que el duelo que sentía por mi papá se iba aliviando”.

Ahora, es capaz de hablar de la muerte de su padre sin dejarse carcomer por el rencor, pues comprendió que el odio no lo dejaba avanzar. 

El tiempo que antes  gastaba en reproches, hoy lo invierte en generar proyectos sociales que permitan que los jóvenes del Catatumbo puedan acceder a la educación y no caigan en las redes del contrabando de combustible ni en los cultivos ilícitos.

Con más ganas que recursos, este joven de 23 años sigue con su labor social y no se ha dejado amedrantar los grupos ilegales, que insisten a sembrar rencor en su corazón.

Hace un par de meses recibió amenazas del Epl.

Lo acusaron de armar una revolución en el Catatumbo al tratar temas de formación en derechos humanos desde la diversidad de género.

Aunque tres miembros de su fundación han sido asesinados, Herrera sigue adelante con el colectivo Sisarras, un espacio para propiciar el empoderamiento de la comunidad Lgbti en el Catatumbo.

Desde la capital nortesantandereana impulsa un nuevo proyecto social: el Movimiento Analítico para la Transformación Social’ (Mats), empeñado en no dejar silenciar su vocación comunitaria.

“Hace poco, un chico de Petrólea me llamó y me preguntó por qué no había vuelto al caserío, que allá me estaban esperando”, explicó. “Antes de colgar, me dijo que cuando grande quería ser como yo”. 

Ahora, Guerrero solo piensa en reivindicarse con la sociedad.

Lo único que le importa es trabajar para que los jóvenes de su territorio no tengan que sufrir por la guerra y sean artífices de paz, pues asegura que él empezó como víctima, pasó a ser victimario, fue revictimizado, por lo que lucha para que este círculo no se repita.

*Anyelli Narvaez, practicante de periodismo

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