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Pobres, pero decentes

El hecho concreto es que, atenidos a la Encuesta, solo 34 por ciento de los colombianos acepta ser pobre.

Es algo extraña la manera como se rechaza el calificativo de pobre, aunque no se tenga ni donde vivir ni un empleo ni las comodidades que exige e impone la vida moderna o los ingresos no alcancen para satisfacer suficientes necesidades.

Si nos atenemos a razones puramente semánticas, Colombia ya superó, de lejos, el problema de la pobreza. Así se entiende en la Encuesta Nacional de Calidad de Vida revelada por el Dane, en la que pese a las carencias de todo tipo que hay en los 14,5 millones de hogares, 34 de cada 100 personas se considera pobre.

Y no es para menos, si se tiene en cuenta la connotación que en Colombia se le da al término pobre, incluso por los pobres: es considerada, la palabra, una grave ofensa de características similares a las de términos como indio y negro.

En sentido estricto, los términos correctos son pobre, para el que carece de lo necesario para vivir; indio, para el descendiente de cualquier comunidad aborigen americana, y negro, para el individuo que no es ni blanco ni amarillo ni primitivo (o australiano), según la clasificación clásica de Henry Valois.

Pero, comenzando por los medios de comunicación, en este sentido siempre se acude a los eufemismos, que hablan, de unos y otros, como de individuos de escasos recursos, indígenas y afrodescendientes, en un lenguaje que supone toda la corrección política posible.

El hecho concreto es que, atenidos a la Encuesta, solo 34 por ciento de los colombianos acepta ser pobre. Los demás, no, aunque ni siquiera tengan casa propia, como lo revela igualmente la encuesta.

Es como si aceptar que se es pobre fuera denigrante o razón para sentirse avergonzado. Es difícil de entender que alguien no tolere que le digan pobre, pero que use la misma palabra para justificar su negativa a pagar impuestos a tiempo.

Es algo extraña la manera como se rechaza el calificativo de pobre, aunque no se tenga ni donde vivir ni un empleo ni las comodidades que exige e impone la vida moderna o los ingresos no alcancen para satisfacer suficientes necesidades.

Hay, sin embargo, una situación inocultable: la acción del Estado ha llevado a que las cifras de pobreza y de pobreza absoluta se reduzcan de manera drástica en al menos lo que va corrido del siglo 21 y que los colombianos estén integrando una clase media cada vez más sólida y amplia.

Otra cosa es que los ingresos de las familias cada vez alcancen para menos. En esto puede caber la explicación que se desprende de la encuesta, y que tiene que ver con el hecho de que en el país hay hoy más hogares con celular que con acueducto, lo cual implica que se prefiere lo suntuario a lo esencial para vivir, una deformidad cultural que es difícil de superar mientras la tecnología sea atractiva para todos… sin importar los costos.

Una prueba de esto la tiene cada hogar: electrodomésticos y electrónicos de modelos recientes ocupan espacio importante en cada vivienda, hasta el punto de que, por ejemplo, 70 por ciento de los hogares dispone de televisores de tecnología avanzados, aptos para conexiones de televisión por suscripción.

Si los encuestados consideraron esta realidad como base para no sentirse pobres, la explicación de su percepción es clara. Ojalá dijeran lo mismo cuando se trate de pagar impuestos o de adquirir los bienes suntuarios que muchas personas acostumbran. Tienen derecho a ellos, por supuesto, pero no a quejarse de pobreza cuando hay que cumplir con otras obligaciones.

 

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Viernes, 17 de Marzo de 2017
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