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Ni héroes ni santos

Tiene que estar muy mal una sociedad en la que se pone de ejemplo a alguien que devuelve lo de otro.

De 23 años ambos, hoy uno es un héroe muerto, el otro un santo; los dos, ejemplares en un país que no debiera necesitar ni de héroes de guerra ni de santos.

Albeiro Garibello Alvarado, el uno, murió víctima de la metralla traicionera de una bomba de origen desconocido que estalló el domingo justo donde él, como policía, vigilaba para que nada le ocurriera a la sociedad que le negó la oportunidad de no estar allí...

Carlos Alberto Zabala Villamizar, el otro, devolvió intacto un bolso que, con cinco millones de pesos y objetos personales adentro, una mujer olvidó en su taxi cuando la llevó hasta un barrio alejado de Pamplona, y del que él pudo disponer como quisiera, como lo hubiera hecho otro.

Al héroe lo mató una guerra absurda que se niega a morir luego de 60 años y que no debió surgir jamás, y menos para dejar centenares de miles de héroes sin justificación alguna. Muertos y heridos, a tantos héroes no los merece un país que no debiera tener ninguno por causas tan obscenas como la que nos enfrenta.

El heroísmo surgido de la guerra es una blasfemia. Las sociedades decentes no pueden tener esta clase de personas que llegan al sacrificio supremo, por orden de alguien o por necesidad. Los únicos héroes nuestros debieran ser los James, los Nairos, los Juan Guillermos, las Marianas del deporte, o los Llinás y los Yunis y los Patarroyos de la ciencia, por ejemplo…

Pero, dolorosamente, Garibello es hoy un héroe, ojalá el último de los héroes de la infamia. Ojalá...

Zabala y su actitud son otra faceta de la sociedad colombiana, la de aquellos poquísimos que aún defienden la práctica de los principios que se aprenden en el corazón de la familia, la de quienes consideran que no todo se vale, que el respeto al derecho ajeno es la paz, que lo que le pertenece a otro nunca puede ser mío…

Es un santo, porque hace lo que debería ser la norma general: respetar al otro y reconocerle sus derechos, ser honrado, estar del lado difícil de las normas, saber qué es lo correcto y practicarlo, incluso a costa de sacrificar la satisfacción de necesidades elementales, ser un hombre bueno, justo.

Estos dos colombianos niegan y contradicen a su sociedad, una que, en un lamentable momento de la historia comenzó a trastrocar de manera radical todos los principios y todos los valores, hasta convertir en absurdas normas de conducta la transgresión, la ilegalidad, el facilismo, la inmoralidad, la autoridad del revólver más largo, el mandato del dinero mal habido, la compinchería con el corrupto…

Tiene que estar muy mal una sociedad en la que se pone de ejemplo a alguien que devuelve lo de otro, que se siente muy mal con solo pensar en la posibilidad de quedarse el bolso y el dinero y lo demás, cuando así deberíamos sentirnos todos, así deberíamos comportarnos todos.

Pero, por fortuna, hay Garibellos y Zabalas todavía. Que no los merezcamos es otra cosa.

De 23 años ambos, hoy uno es un héroe muerto, el otro un santo; los dos, ejemplares en un país que no debiera necesitar ni de héroes de guerra ni de santos.

Jueves, 23 de Febrero de 2017
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