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Editorial
Diga qué necesita
El ofrecimiento y los actos en Washington con Trump ponen de relieve la confianza que hay entre Estados Unidos y Colombia.
Jueves, 18 de Mayo de 2017

Parece una promesa desinteresada, producto de la amistad fortalecida ayer entre Colombia y Estados Unidos.

Pero, el ofrecimiento que recibió ayer el presidente Juan Manuel Santos en Washington parece ser el de uno de esos regalos que no recibirlo produce dolor de cabeza agudo, y grave malestar general, si se recibe.

A Santos, cuatro senadores republicanos, algunos cercanos al presidente Donald Trump, confirmaron a la prensa que le ofrecieron a Santos “ayuda militar para contrarrestar cualquier provocación o un posible conflicto con Venezuela”.  Casi nada, pues...

Fueron incluso más específicos. Lindsey Graham preguntó a Santos qué tipo de armamento cree necesario para disuadir una provocación por parte de Caracas, y el cubano de Miami Marco Rubio le expresó la necesidad de fortalecer las fuerzas armadas del país en caso de que la crisis en Venezuela siga creciendo y se produzca una emergencia militar o humanitaria.

Es una promesa con múltiples intereses, detrás de la cual se puede percibir un claro espíritu provocador, incitador, a fin de comprometer a Colombia con una situación de la que, después, cuando se calme, solo dejará heridas y lamentos.

De todos modos, el ofrecimiento y los actos en Washington con Trump ponen de relieve la confianza que hay entre Estados Unidos y Colombia, aliados y amigos desde hace largos años.

“Puedo decir que no tengo duda de que Estados Unidos y Colombia siguen siendo hoy más que nunca un soporte el uno para el otro, nuestra alianza se afianzó, nuestra cooperación es valiosa”, dijo Santos. “Cuando los colombianos luchábamos por la supervivencia de nuestra democracia frente al terrorismo y al narcotráfico, Estados Unidos nos tendió la mano y nos ayudó a ganar esta batalla, eso nunca lo olvidaremos”.

Es de esperar que Santos agradezca y no acepte el ofrecimiento republicano: lo que se adivina detrás no es, para nada, el futuro que se espera entre dos países que, más que amigos y eventualmente aliados, son hermanos. Una guerra entre Colombia y Venezuela sería uno de los mayores absurdos de la historia.

Pero no se puede pasar por alto la intención de los senadores republicanos, que confirma una vieja costumbre de Estados Unidos: poner a sus amigos a hacer el trabajo sucio, a guerrear en su nombre, mientras le venden todas las armas que sean necesarias…

Santos debió decirles que Colombia no necesita nada, que es capaz de llegar a soluciones negociadas con quien sea, que no está en su ánimo pelearse con los vecinos, así los vecinos le expresen su disgusto por cualquier motivo.

Ofrecer lo que se necesite para una guerra no es de amigos, como sí lo es que mantengan el apoyo para superar el problema de los cultivos ilícitos, por ejemplo.

Si Estados Unidos quiere llegar a las vías de hecho con Venezuela, la mejor manera no es poniendo por delante a los amigos, sino dando la cara. Que lo hagan.

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