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¿Revolución educativa?

Hace pocas semanas, en la portada de un prestigioso semanario apareció un grupo de estudiantes destacados y el ostentoso título que encabeza esta columna: Revolución educativa.

Se imagina el desprevenido lector que está frente a un poderoso programa respaldado tal vez por insignes representantes de la academia y del saber científico y que por encargo de quienes administran el país, han desarrollado una serie de reformas y normas estatutarias que le darían un vuelco total a la maltrecha estructura de la educación en Colombia.

Pues no. Se trataba de una de esas salidas oportunistas que usan los mandatarios de turno para subir su decadente gestión.

En otras ocasiones utilizan los éxitos deportivos en donde poco o nada tienen que ver sus supuestas ejecutorias; o acuden presurosos a las salvadoras estadísticas de empleo y desempleo, el uno subiendo y el otro bajando, fabricadas en los acuciosos talleres del DANE y acomodadas por sumisos subalternos.

En esta oportunidad y de la mano de la ministra del ramo, se anunció una supuesta revolución basada en becas para estudios en instituciones de educación superior y adjudicadas a los mejores alumnos de secundaria. Los llamados “pilos” cariñosamente, recibirían estudios y gastos de sostenimiento en universidades a las que solo pueden acceder los estratos altos. Sería interesante que alguien se ocupara del seguimiento de estos estudiantes, de estratos medio y bajo, para saber cuántos pueden culminar con éxito sus estudios. Los gobiernos cambian, las personas cambian y las circunstancias también.

De modo que la mal llamada revolución está pegada con babas. Es simplemente un regalo de un gobierno oportunista y que no tiene nada de revolución.

Un verdadero revolcón en el sistema educativo en Colombia, que en alguna oportunidad se intentó hacer con un grupo de notables, tiene mucho de fondo como de ancho.

Al igual que la salud, el gobierno les entregó hace mucho rato la responsabilidad a los particulares; y se cruzó de brazos. Al fin y al cabo hay instituciones educativas que ofrecen el servicio a diferentes precios y de diferentes maneras. Las hay desde un garaje hasta ostentosas edificaciones que cobran esta vida y la otra; y por supuesto con libertad de precios.

La educación pública en nuestro país es, por supuesto, una limosna que se da porque los gobiernos tienen la obligación de educar a la gente.

La educación de calidad hay que pagarla y de qué manera. La otra, está viciada de errores crónicos y desidia por parte de las autoridades del ramo y de la mano de los administradores de turno.

A diario los medios de comunicación registran estas falencias. Niños (el futuro del país) colgando literalmente de cables para cruzar corrientes de agua de comportamiento incierto; o cruzando simplemente a pie. Largas caminatas para asistir a la escuela donde un esforzado educador mal pagado, hace ingentes esfuerzos para enseñar las bases de un futuro incierto.

Centros educativos de supuesta prestancia en manos de mercaderes inescrupulosos algunos en la cárcel  con acusaciones del orden penal y malversación de los fondos que supuestamente deben reinvertirse en la calidad de la educación.

Una buena calidad en la educación de un conglomerado humano se traduce en ciudadanos de bien. Una mente educada de la mejor manera, es el mejor antídoto contra charlatanes y promeseros. En una mente preparada no hay cabida a doctrinas religiosas importadas de otros continentes y que solo buscan lucro personal con base en amenazas de fuegos eternos y paraísos de mentiras. En una mente estructurada no entran promesas vanas y repetitivas; la mentira es fácilmente detectada y rechazada;  sabe que no es necesario vender el alma y la conciencia por cualquier prebenda barata.

De esa manera tendríamos una sociedad diferente y más equitativa. Elegiríamos buenos administradores y dejaríamos de vivir en la desesperanza y la desilusión.

Viernes, 12 de Junio de 2015
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