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La fila

Los ancianos ya no tienen alientos para levantar una voz de protesta.

Esta mañana vi una larga fila de ancianos esperando en  la ventanilla de un banco un subsidio del Estado. Una fila larga y extenuante: con ancianos enfermos, en muletas, sin piernas, en sillas de ruedas, en cama de rodachines, con suero, con tos, sin dientes, moribundos. Filas largas, de varias cuadras, a la intemperie, en que los ancianos sufren quemaduras severas bajo el sol de las tres de la tarde, o se enferman de pulmonía en los aguaceros torrenciales de las últimas semanas. Todo parece una argucia macabra orquestada desde las entrañas del poder para que los ancianos se mueran en las filas y no logren cobrar el miserable subsidio de un salario mínimo.

Nadie se compadece de ellos. 

Luego de varias horas, apoyándose en un bastón, un anciano llega a la ventanilla y allí le informan que se equivocó, que tiene que ir a Bienestar Social para que le digan dónde debe cobrar el subsidio.

-Pero me dijeron que viniera aquí -dice el anciano con una voz cansada, inaudible, quebrada por los años.

-¿Quién le dijo? Pregunta la funcionaria

-Una señorita -responde el anciano, victorioso.

-¿Cuál señorita? Pregunta algo fastidiada la funcionaria

El anciano la mira con los ojos aguados y entre resoplidos de asma, contesta:

-Una alta ella, de cabello negro.

La funcionaria, también cansada por los años de estar enfrentando la misma situación, le dice que aquí no, padre, aquí no es; vaya a Bienestar Social y apunte bien dónde le toca cobrar el subsidio.

La fila larga, silenciosa (los ancianos ya no tienen alientos para levantar una voz de protesta), se extiende por uno de los andenes de la calle 10 frente al parque Santander. Nadie los escucha, nadie los ayuda; la única autoridad es la de un vigilante que les ayuda a que hagan la fila en orden. Mientas tanto, y a simple vista, en el parque, se cometían toda clase de delitos: atracos, peculado, invasión del espacio público, violaciones a los derechos humanos, contrabando, venta de drogas; todos estos delitos cometidos a la luz del día son posibles gracias a la ausencia de las autoridades.

Lo ilegal funciona de maravilla, mientras que estos hombres, que han llegado a la respetable edad de noventa años, están condenados a morir lentamente en la fila de la EPS, en la fila del banco o en la fila de la droguería. País indolente que permite que sus ancianos hagan filas extenuantes para morir en el olvido.

Viernes, 10 de Marzo de 2017
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