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Ciudadanos sin ciudad

Esos más de 650 mil habitantes han llevado a cabo un proceso de urbanización desaforada que rebasó los limites.

La cuadricula urbana de Cúcuta, su trazado predial original, no lo trazaron los españoles. Cúcuta surge en un cruce de caminos estratégico por su privilegiada localización. 

Entre las riberas de los ríos Zulia, el Táchira y las brisas del Pamplonita se asentó el primer conjunto urbano, que fue arrasado por el terremoto de 1875, lo que constituyo una oportunidad para reconstruir la ciudad con base en un plano encargado al ingeniero venezolano Francisco de Paula Andrade Tróconis. 

Mientras muchas ciudades para la época pensaban en cómo seria su devenir en los próximos años, el sueño de tener una nueva ciudad alcanzó solo para tratar de edificar la ciudad lo más parecida posible a lo que la tierra había destruido.

Los mas de 20.000 habitantes que tenía nuestra ciudad para 1905, se multiplicaron por cuatro para la segunda mitad del siglo pasado y por mas de 12 tras la bonanza petrolera del vecino país. 

Hoy somos más del doble de esa población. Esos más de 650 mil habitantes han llevado a cabo un proceso de urbanización desaforada que rebasó los limites que permitían llevar a cabo la prestación adecuada de servicios y dotación de funciones complementarias para que todos los que la vivimos llevemos una vida digna. 

¿El resultado? Una ciudad conurbada y discontinua, no compacta con barrios segregados y urbanizaciones cerradas donde la trama urbana de la ciudad se configura como múltiples parches y retazos que se desarrollan de manera independiente e informal, haciendo que la cohesión necesaria a partir de la movilidad y los espacios públicos sea una tarea en la que no se formulan planes tanto por su complejidad como por la preferencia por ignorar los problemas graves del territorio. 

Se le suma el hecho de que la conurbación nos configuró como un área metropolitana donde cada municipio piensa de sus limites para adentro y no en articulación con los vecinos.

Todo esto origina unos ciudadanos sin ciudad, que invaden los terrenos y son los protagonistas de más del 60% del crecimiento de la ciudad sin el apego a las normas, o conscientes del costo que le causan al erario público, por que la pobreza, la desigualdad y la segregación los obligan a asumir las vías de hecho y son la evidencia indiscutible de un modelo imperfecto de desarrollo que excluye y no ha sido capaz, hoy en pleno siglo XXI de garantizar la habitabilidad de las ciudades, que son los escenarios donde se concentra mayoritariamente la población mundial.

La informalidad en los procesos de urbanización y producción de vivienda es un tema recurrente en las noticias, pero que no se agota, no mientras persistan las condiciones de repetición de las actuales dinámicas de desarrollo territorial que desatienden las virtudes y condiciones territoriales, bien sea por que la ciudad no cuenta con un adecuado modelo de ordenamiento, o por que se desconoce realmente lo útil y necesario que puede ser contar con esta serie de instrumentos para el armónico desarrollo humano, social, económico y ambiental. Que lo que sucedió en Gramalote y en Mocoa nos sirvan para entender de que de algo sirve el urbanismo como función pública cuando el territorio se sacude y que la tierra nos sea leve.

Domingo, 23 de Abril de 2017
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